martes, 4 de abril de 2017

¿Qué sabemos de la literatura rumana?

   
    Situar Rumania en el mapa es igual de laborioso que ubicar su literatura en la historia de la ficción.
    Estado y literatura crecieron cuando el siglo XVIII ya era casi adulto. Mihail Eminescu (1850–1889), su figurante más notable en esta última, no logró colarse entre los gigantes del romanticismo europeo, sino como material histórico, dos siglos después. Lo acompañan Hortensia Papadat-Bengescu, Anton Holban, Camil Petrescu, Max Blecher, cuando estos, en vida, lograron calzar en los moldes europeos. Los siguen Mircea Eliade, Emil Cioran y Eugen Ionescu (más tarde Eugène Ionesco), Mihail Sebastian, con tan mala fortuna que su merecido ascenso al reconocimiento mundial fue lastrado por la Segunda Guerra, también de esas dimensiones. Y por la muerte que vino con ella y contagió, en plena juventud, a algunos de sus grandes escritores, Blecher, Mihail Sebastian, Anton Holban o Gib Mihăescu; o el exilio (Cioran, Vintila Horia, Ionesco y Eliade); o el exilio interior, la marginación, el encarcelamiento (Hortensia Papadat-Bengescu, Vasile Voiculescu); o la pluma al servicio del poder (Mihail Sadoveanu y Camil Petrescu).
   



   Y de entre los nombres de esa literatura que sigue siendo desconocida está Norman Manea (Bucovina, 1936) que como sus coterráneos, sabe destilar la belleza del dolor y transformar la biografía en arte.
    Entre otros supervivientes del socialismo y del ostracismo destacan Ana Blandiana, seudónimo de Otilia Valeria Coman, (Timisoara, 1942), Gabriela Adamesteanu (Targu Ocna, Rumania, 1942), Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), Filip Florian (Bucarest, 1968), Dan Lungu (Botoşani, 1969).

     Asfixiada durante décadas en la oscuridad de la feroz dictadura comunista, muchos de sus mejores intelectuales tomaron el camino del exilio. Algunos como Cioran o Ionesco ya habían cambiado de país, y de lengua, en los años 30 aprovechando los históricos lazos existentes con la todopoderosa cultura francesa. Casi treinta años después de la caída del muro, las letras rumanas siguen siendo un secreto a descubrir en Occidente, misterio al que se añade la concesión del Nobel de literatura a otra ilustre desconocida, Herta Müller, rumana de nacimiento pero perteneciente a la minoría de expresión alemana. En palabras de Norman Manea:
 "Las letras rumanas están histérica de tanto esperar su Nobel y creo que Müller no ha sido la mejor medicina para curar esa histeria".

Fuente: Palabra.lab, El periódico de Aragón.

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